la curiosidad como motor
METAL
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Él es
insistente y yo no paro de pensar por qué vuelve a lo mismo. A dar rodeos e
inventarse respuestas ingeniosas para no explicar lo que por poco suplicamos
que nos cuente. ¿Dónde está el cable que sostiene las burbujas voladoras? ¿Por
qué no lo vemos? ¿Qué hizo, cómo lo eliminó, si en los sesenta no había
Photoshop? En nuestra charla, lo escucho expectante cuando relata anécdotas
sobre esta misma eterna pregunta y sus escabullidas memorables. Él ríe,
divertido con las respuestas y el ingenio propio. Yo sonrío para complacerlo,
frustrada porque la revelación no llega.
Al fin,
comprendo un día que no es chiste el chiste, y tampoco es la avaricia del
profesional que mantiene sus secretos celosamente guardados. Cuando me dispongo
a escribir este artículo, reviso algunos materiales en su web y así doy con una
entrevista con Paul Gachot. En esta conversación sobre tecnología y medios,
Melvin Sokolsky concluye que la tecnología nos tiene mal obsesionados, porque
en el furor por los dispositivos y los trucos informáticos estamos haciendo a
un lado los contenidos. La ilusión de los contenidos, la trascendencia de las
ideas y las estéticas y el placer y la emoción de disfrutarlas se difuminan
mientras nos obstinamos en averiguar “cómo”. Algo está mal si aquella imagen
plena de poesía o esa canción sublime dispara, sobre todas las cosas, nuestra
curiosidad tecnológica. Algo así dice. Y la revelación me sorprende. Dudo que
sea de este modo todas las veces; pero con demasiada frecuencia, como ahora yo con
el cable y las burbujas, caemos en la trampa.
A partir
de entonces, veo a Melvin Sokolsky como el último cruzado, un romántico que se
empecina en despejarnos la vista. Con astucia se dedica a distraernos, confiado
en que volveremos a las imágenes de las burbujas y chicas por los aires a
degustar el sueño de la inmaterialidad, el vuelo sobre los campos de Nueva
Jersey, el salto sobre el Sena y los techos de París.
(sigue
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