21/5/05

tarde de Sonar


sólo acá!

Musik ist scheize. Alemanes. Son dos, con dos laptops. Muchos stickers, músicos viajeros pero todo lo que exhiben parece pesado. El sonido es nimio; beats delicados para horas de siesta. Están ubicados estratégicamente en un recodo del Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona, el Macba, un rincón que gusta a algunos homeless en el frío invierno y también en el verano asfixiante. Traen música para amenizar la cola caracol bajo el sol de las 3, la cola de los con entradas (que se agotaron ayer). Ordenadamente se mueve el caracol hacia el final de bolsos requisados y pulseras mágicas puestas en la muñeca (nos toca roja, pero hay amarillas y verdes, y el broche que las cierra es insobornable. El año pasado el tráfico de pulseras se ejercitaba por entre las rendijas de los paneles que delimitan el espacio SonarDôme, sobre la plaza Dels Àngels. Esta vez, más radicales que entonces, los sin entradas escalan paneles y de un salto irrumpen en Tierra Santa.)
Intentamos un recorrido de reconocimiento. El Macba y el CCCB (el Centro de Cultura Contemporánea) hoy son todo uno, conectados por el patio en el centro de la manzana. Hay pasos siempre prohibidos que ahora son posibles y pasos públicos que hoy están cerrados. Es extraño circular como al revés, atravesar esa puerta que de tan siempre cerrada ya no registramos que existe; encontrar ese escenario rodeado de paneles que trazan fronteras sobre un territorio cotidiano de skaters, o tener acceso gratis a exposiciones que hoy no nos interesa ver. El mapa impreso del lugar está difícil. Hay áreas profesionales, de merchandising, SonarLab, feria de discos y editoriales, cine, cuatro escenarios... Preferimos perdernos.

1 Comments:

Blogger Paula Yacomuzzi said...

Atravesamos pasillos y patios y salas de gentes lentas, pesadas de sol y cerveza y de música non stop. Arrastramos los pies; los ojos miran descuidadamente, nunca encuentran otros ojos (quizás porque hay tanto anglosajón). Hay una emoción contenida, falta de excitación pero gustosa. Hasta el final, casi nunca nos detendremos en los golpes hip-hop del patio central. Una vez sola, unos minutos, cuando esperamos a Martin; yo bailoteo un poco y me le atrevo al sol en la cabeza. Y sólo nos sentamos sobre la alfombra verde sintética, césped que no pretende mentir césped (entonces me pregunto si esto del artificio que no finge lo que no es será una buena metáfora de la electrónica), para ver a Prince Po: “Come on!, clap your hands”, vitorea el hiphopero americano, radiante el hip-hop porque es la más reciente incursión del Sónar. Pero aquel negro en el escenario recibe abucheos generalizados, que no lo disuaden, dicho sea de paso.
En la feria junto revistas y flyers. Claro que después voy a perder la bolsa con todo. Aunque no sin aprovecharla antes como plataforma que agrega centímetros a mi metro sesenta y cuatro en pleno auditorio masculino, escandinavo, metro noventa mínimo, calzado cuarenta y seis (hoy en ojotas) de los Pan Sonic. Pues, ahí estoy, sobre las revistas H, Suite y Go (mad), moviéndome histriónicamente al ritmo de “tornos de dentista”, dice Paul, aunque la imagen en mi cabeza y en mi cuerpo entero es la de un taladro sobre el asfalto que me hamaca con la violencia de las perforaciones. Ésa es la música de los Pan Sonics: “ruidismo” minimalista, industrial y crudo. Vinimos hoy hasta ellos porque anoche fueron la revelación en el Auditori, pese a que la estrella que arrastró a la prole Sónar de la Europa toda hasta esa bella sala de conciertos fue Ryuichi Sakamoto, legenda de la música electrónica de los ochenta, fundador de la Yellow Magic Orchestra, mezcla de exotismo sonoro con música computerizada. Vaya desilusión Mr. Sakamoto. Los electrónicos Fennesz, Pan Sonic y Sakamoto interactuando en vivo, cada uno por vez, con la Orquesta Simfònica de Barcelona i Nacional de Catalunya. Orginalísima propuesta. Pero sólo Pan Sonic parece haber querido, y lo logró, conversar con la orquesta. Curioso que alucinamos con el hechizo de la orquesta sinfónica; muy gracioso si éste fuera el gran descubrimiento en el más importante festival de las músicas electrónicas y avanzadas del mundo.
Vuelta a fuera. Nos atrae una nota levemente mutante de los noruegos Deathprod en el SonarComplex, adentro del Macba. Nos sentamos ahí para acallar nuestras cabezas. Pero la interpretación termina en un par de segundos y lo que sigue es otro sacudón de ruidos del que ya no somos capaces. Encontramos un rincón fresco sobre una viga baja junto a la escalera del Macba, la modernidad y el minimalismo hechos museo. Y ahí, en plena blanquitud fresca, vemos pasar a las gentes estridentes y somnolientas. Es el momento de mirar ropas. Si acá están los modernos entre los modernos del mundo entero, ricos chicos fashion, pues hay que mirar ropa. Uno con jeans super ajustados desde los tobillos que se ensanchan a la altura de la cola, un cuasi chiripá de jeans, una pieza imposible por lo pegajosa; me digo que hace tiempo que en esta modernidad trastocada los hombres quisieron las torturas estéticas que las mujeres despreciaron antes. Entre los demás no hay patrones. Mucha ojota, eso sí. Y colores. Y ropas con cortes extraños. Y siempre el blanco, y siempre el negro. ¿De qué hablamos con Paul? Estamos muy a gusto así sentados con las piernas colgando, mirando a la cola del baño, escuchando residuos de la música ahora más tranquila del SonarComplex, tan frescos... No sé de qué hablamos. Nos reímos.
En algún momento volvemos a estar en el EscenarioHall, dentro del CCCB. Cantan músicas pegadizas las alemanas de Das Bierbeben (“el terremoto de cerveza”); con ese nombre, las creíamos rudas hembras de armas tomar. Pero son dos bellas rubias, que dicen, eso sí, “destruye tu televisor” o que proponen una banda sonora para los jóvenes-agitadores-tira-piedras del célebre 1.º de mayo de Berlín. Agitación a través del tecno, extraña y muy reciente combinación del pop y la provocación anarquista. Mientras un par de pantallas reproducen trastocados íconos alemanes, imprimen los slogans que oímos en playback o muestran a una rubia seductora que hipnotiza las miradas.
A las 8,30 y ya puertas afuera, nos reencontramos con Martin, Martí y Enrico, y en un último intento por descubrir luminarias que brillen astros de un universo electrónico próximo (¿no se supone que eso es exactamente una tarde Sónar?), decidimos atravesar el ridículo control de las pulseras bien puestas y volver a entrar. Susanna & The Magical Orchestra, dúo noruego, él a las maquinitas, ella al micrófono, es el exquisito manjar para el que yo me estaba reservando (no hablo por los Martines, que nos abandonan enseguida, empalagados por letras románticas, una voz de azúcar y unas melodías tenues con suaves crispidos electrónicos). Ahhh, qué bonito... Me pregunto si habré visto hoy en piyamas a la Björk del futuro 2007.

(No les cuento que me perdí a los argentinos de actitud cientista en el Centro Cultural Santa Mónica presentando sus controladores electroacústicos e invitando a talleres en donde aprender a construirlos. Y mucho menos que también prescindí —tan equívoca como involuntariamente—de Juana Molina el sábado a la noche.)

11:28 p. m.  

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